La soledad es un sentimiento que nos acompaña a lo largo de la vida en momentos puntuales por circunstancias diversas (cambio de residencia, pérdida de una persona cercana, jubilación, …). Son muchas y variadas las situaciones que nos llevan a percibir este sentimiento, sin embargo, cuando hablamos de soledad no deseada nos estamos refiriendo a un sentimiento desagradable que se prolonga a lo largo del tiempo teniendo un impacto directo en la calidad de vida y el bienestar de la persona. Se trata de un fenómeno complejo que, si bien obedece a causas muy diferentes, los sentimientos que genera en las personas que la sufren son similares (aislamiento social, falta de sentido de pertenencia, desvinculación de su entorno social, …).

Vínculos relacionales y soledad no deseada

Cuando analizamos el fenómeno de la soledad tendemos a abordarlo como un problema individual al que debe dar respuesta la propia persona y minimizamos la importancia del carácter estructural y sistémico del problema de la soledad no deseada, sin considerar, que la soledad tiene un fuerte componente relacional. Todas las personas a lo largo de la vida vamos conformando una red de relaciones más o menos amplia. Desde aquellas más cercanas con las que convivimos día a día a las más alejadas con las que apenas mantenemos contacto. Cada una de ellas cumple una función y todas ellas son importantes si queremos abordar la soledad no deseada desde un enfoque preventivo.

Es preciso poner el foco no sólo en las relaciones más primarias, también en la comunidad si queremos reforzar el ámbito relacional en sus diferentes dimensiones teniendo en cuenta variables como el tipo de vinculación que mantenemos con nuestra red, su frecuencia e intensidad y otro elemento que consideramos clave: la sostenibilidad de los vínculos relacionales.

Beneficios del sentido de comunidad y prevención de la soledad no deseada

El sentido de comunidad se basa, fundamentalmente, en el apego al lugar en el que vivimos y en las relaciones que tejemos en aquellos que compartimos.

Por tanto, todas aquellas acciones dirigidas a construir comunidad y a tejer redes de apoyo social son fundamentales cuando hablamos de prevenir la soledad.

El apoyo social comunitario más allá de los vínculos primarios proporciona una sensación de pertenencia e integración social clave en las personas ya que tenemos necesidades diferentes que no siempre pueden ser plenamente atendidas por nuestro entorno más cercano. La pertenencia a redes comunitarias facilita la participación de las personas en su entorno pudiendo asumir roles diferentes que contribuyen indirectamente a reducir el estigma de la soledad y a romper con el aislamiento social. Dentro de las redes comunitarias las personas reciben apoyo, pero a su vez, proporcionan diferentes formas de apoyo e intercambio recíproco mejorando la calidad de vida individual y colectiva.

Proyectos de dinamización comunitaria para la prevención

En esta línea, es primordial promover proyectos de dinamización comunitaria dirigidos a la creación de espacios de encuentro donde la ayuda mutua es la finalidad vinculando a las personas en función de necesidades e intereses contribuyendo a generar vínculos relacionales. Estos espacios de intercambio actúan como dinamizadores de las comunidades sin tener el objetivo específico de abordar la soledad, sin embargo, contribuyen de forma muy significativa en su prevención. Así, proyectos como La escalera o Miplaza, donde se posibilitan redes de apoyo vecinales y se promueve la participación ciudadana son esenciales ya que proporcionan un punto de encuentro entre las personas que viven en el mismo barrio, facilitando la conexión vecinal, estableciendo sinergias de colaboración y ofreciendo la posibilidad de participar en proyectos comunitarios.

Mirada Activa Berria, espacios amigables para personas mayores

Otros proyectos dirigidos a aumentar las posibilidades de interacción social entre las personas que viven en un mismo entorno son también muy relevantes, especialmente cuando la persona empieza a sentirse sola. Contar con espacios amigables dirigidos a personas mayores como los cafés promovidos desde programas como Mirada Activa Berria y las redes de cercanía entre grupos de personas que residen en el mismo barrio para que compartan actividades impulsadas por el proyecto Grandes vecinos son proyectos muy significativos si queremos dar respuesta a situaciones de soledad no deseada.

De igual manera, programas intergeneracionales donde se posibilitan experiencias de relación y cooperación entre personas de diferentes edades, orientadas a favorecer la transmisión e intercambio de conocimientos, competencias y valores, permiten no sólo posibilitar el enriquecimiento personal y grupal sino también contribuir activamente a la cohesión y desarrollo comunitarios. Asimismo, proyectos dirigidos a la detección de personas en situación de soledad para vincularlas con su entorno, como Radars, incorporan también un enfoque comunitario.

No cabe duda de que si queremos dar respuesta a la soledad no deseada debemos apostar por intervenciones que pongan el foco en la comunidad y dirijan sus acciones a ampliar y fortalecer los vínculos relacionales, desde los más primarios a los comunitarios teniendo en cuenta factores como la edad de las personas, momento vital en el que se encuentran y el carácter intra o intergeneracional de las relaciones avanzando en la primarización de las relaciones entre las personas que viven en un mismo entorno.