“¿Qué edad creéis que tendrá?” fue una pregunta al aíre. Esa tarde compartía mesa en una terraza junto a otras personas, la mayoría dedicadas a mi actividad laboral (o similar) y alguien lanzó esa pregunta cuando vimos pasar al otro lado de la calle a ¿una chica? ¿una mujer? Claramente desaliñada y cargando con un carrito de la compra en el que todas las personas allí sentadas adivinamos llevaría sus pertenencias.

Cuando el sinhogarismo afecta a las mujeres

Ser mujer y “vivir” en la calle. Ser mujer y no tener un lugar. Ser mujer y “estar” en la calle… La situación de las mujeres en situación de exclusión residencial es una realidad que, sobre todo desde hace años, es cada vez más frecuente. Las entidades y personas trabajadoras del sector de atención social alertamos de un repunte de las mujeres sin un hogar, de las mujeres sin una solución residencial. Un fenómeno que no solo se ciñe a quienes duermen al raso, sino a quienes recurren a albergues o pisos municipales o de ONG. También a las personas que residen en infraviviendas y a las que vagan de casa en casa, acogidas por familiares o amigos: situaciones invisibles.

A nivel estatal hay unas 33.000 personas sin hogar, según el informe “Estrategia Nacional Integral para Personas Sin Hogar 2015-2020”. Cáritas eleva la cifra a unas 40.000.

Pero si algo genera consenso en el sector es la falta de datos y la dificultad para cuantificar una realidad escurridiza y con muchas aristas: la de la exclusión social más severa que, en su punto más extremo, aboca a quienes la padecen a dormir en la calle. Una situación aún más hostil para las mujeres. Son minoría y sobre todo están en albergues o pisos de la red de acogida. Son menos que los hombres —en torno al 14% del total, según esos datos— y se resisten más a acabar en la calle, agotan antes todos los mecanismos. 

Exclusión y sinhogarismo en las mujeres

El circuito que las aboca a verse en la calle, para las mujeres, es algo “más largo”, según el Estudio Sobre La Realidad De Las Mujeres En Situación De Exclusión Residencial (Publicado por Gobierno Vasco.  2019)

Las mujeres suelen pasar antes de esa situación por un periplo de situaciones diferentes: precariedad en el empleo, menores salarios (que la conducen a una situación de “pobreza laboral”) y ello hace que pueda llegar a combinar periodos en calle con el mantenimiento de ese precario empleo. Se sumarán estancias intermitentes con familiares, con amigos o amigas, con personas conocidas… y cuando estas personas se acaban no resulta extraño terminen en alguna infravivienda compartiendo espacio con otras personas en su situación (la inmensa mayoría hombres) o viviendas ocupadas (donde el patrón de convivencia es el mismo: sus compañeros son hombres).

Deterioro físico y mental cuando el sinhogarismo afecta a las mujeres

Estas situaciones, claramente, las exponen a una violencia clara y el riesgo de sufrir agresiones (de todo tipo) resulta mayor, cuando no un peaje diario.

En la dimensión institucional del asunto se aprecia una clara falta de recursos específicos para mujeres, un claro sesgo en el abordaje de la situación de pérdida de vivienda que masculiniza los recursos y por tanto las respuestas, haciéndolas más agresivas para la mujer que se acerca a ellos.

En la dimensión personal, en la mujer se percibe una peor salud mental y mayor inclinación hacia la dependencia afectiva (como resultado de la subordinación derivada del sistema patriarcal). Diversas investigaciones constatan que, una vez que las mujeres alcanzan las formas de sinhogarismo más extremas, su situación de deterioro físico y mental tiende a ser mayor y suelen acumular un mayor número de problemáticas tales como abuso de drogas, problemas de salud mental o la vivencia de experiencias traumáticas asociadas, fundamentalmente, a la violencia machista (MOSS, K., SINGH, P.:2015, Women rough sleepers in Europe. Homelessness and victims of domestic abuse. Bristol:  PolicyPress.)

Desigualdad de género y exclusión social

Gran porcentaje de esas mujeres acaba viviendo una relación de pareja en la que, si bien su compañero masculino no las trata bien, ellas aceptan ese peaje como garantía de protección ante otras agresiones ajenas, cronificando entonces una situación de maltrato. Emakunde realizó un estudio en 2016 sobre la situación de las mujeres en exclusión residencial en Euskadi que ponía el foco en los diversos factores que incidían en las problemáticas de exclusión social y sinhogarismo: la violencia de género tiene un tremendo impacto sobre las mujeres más pobres; ya que, por un lado, no poseen la autonomía económica que les permita poder salir de la situación de violencia. Por otro, ser víctima de violencia de género es uno de los factores que pueden llevar a las mujeres a situaciones de pobreza y exclusión social.

El papel de profesionales e instituciones ante las mujeres en situación de calle

Resulta evidente, por tanto, que las respuestas institucionales tienen un enorme reto  por delante con esta problemática y que las personas profesionales que atendemos estas  situaciones debemos comprometernos no solo a llevar a cabo una respuesta adecuada, sino  también ser firmes en la demanda de respuestas institucionales que sean, cada vez más,  mejores y más adecuadas, es decir que los recursos articulados para dar respuesta afronten las causas de esas situaciones, pues hasta ahora tienden a concebirse más como medios para  paliar las consecuencias de esas situaciones que como mecanismos destinados a atajar el origen de esas situaciones.

Todas las personas profesionales del sector de la atención social debemos ser conscientes que, ya desde hace mucho tiempo, la feminización de la pobreza es un hecho y que no la podemos obviar.

¿Cómo vamos a afrontar este reto?…

Cuando el sinhogarismo afecta a las mujeres