La última erupción del volcán de la Palma nos ha consternado a todas las personas… como suele ser habitual las grandes catástrofes naturales nos sorprenden una y otra vez cada cierto tiempo, para recordarnos que nada es permanente, que somos seres a merced de las circunstancias y que, ¡toda una vida puede desvanecerse en cuestión de segundos! Quien tiene suerte sobrevive y puede volver a empezar, normalmente, con el apoyo de las ayudas gubernamentales y por la atenta y compasiva mirada de la comunidad, que se vuelca en estas situaciones.
Pero, aunque no es comparable ni es la intención, existe otro tipo de volcanes, y no solo las catástrofes naturales arrasan con toda una vida… Hay otra clase de desastres, los desastres “sociales”, mucho más habituales que la erupción de un volcán, desastres diarios, normalizados y que reciben otro tipo de mirada: los “desahucios”. Los oímos diariamente en las noticias, en la comunidad, a través de grupos activistas que intentan proteger los derechos de las familias a una vivienda digna y, sin embargo, parecen tan lejanos como el volcán de la Palma. Al igual que los desastres naturales simulan una de esas cosas que “pilla por sorpresa” y que solo le sucede a “otras personas”, un “ente” imaginario que nos protege de pensar que, en cualquier momento, la vida puede dar un vuelco y encontrarnos en esa situación que tan lejana creemos…
¿Qué supone un desahucio?
Los desahucios no gozan de una mirada tan compasiva como los desastres naturales y los servicios sociales, tratan de dar respuesta a una situación para la cual no existen medidas apropiadas. Al igual que en el caso de la Palma… un desahucio es mucho más que la pérdida de una vivienda, supone la pérdida del lugar de refugio, de convivencia, de seguridad y protección. Supone la pérdida de los recuerdos de toda una vida. Ataca directamente al sentimiento de identidad y de pertenencia, no solo a un hogar, sino a la propia comunidad.
Vulnerabilidad social y desahucios
Coloca a la persona y a la familia, en una situación de vulnerabilidad social que conlleva un sentimiento de vergüenza, de pérdida de autoestima, de fracaso… porque, a diferencia de un desastre natural, en el que parece no haber “culpables” o la responsabilidad se reparte entre la clase política que permitió construir aquí o allí, en el caso de los desahucios se responsabiliza, en muchas ocasiones, directamente a la familia.
Se juzga su funcionamiento y se cuestiona la gestión que han hecho de su propia vida, sin tener en cuenta el sistema de desequilibrio en el que vivimos, de las dificultades a las que nos enfrentamos.
La vivienda es una necesidad básica y fundamental y su pérdida conlleva alteraciones en la salud física y psicológica de las personas.
Lamentablemente, al igual que con los desastres naturales, no parece que hayamos aprendido nada y volveremos a sorprendernos en futuras ocasiones. La pandemia del covid-19 nos ha mostrado la delgada línea entre el bienestar social y el riesgo de exclusión, en una sociedad movida por el capitalismo, con precios desorbitados, trabajos temporales y sueldos precarios.
Una sociedad que mira por encima del hombro al que cruza esa delgada línea. Tal vez esté en nuestra naturaleza, tal vez se trate solamente de un mecanismo más de autoprotección, quizás, si no nos miramos en los ojos de “otra persona” nos creemos en una dimensión distinta, puede ser que este sea el origen de tantos “por qué a mí” …. Y digo yo… ¿y por qué no?